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    "Quiero jamón", soltó tu madre tras verte por primera vez, mientras lloraba de emoción y miedo. Y, como si fuera un antojo, aquello te marcó. La fruta que jamás te tragaste (a menos que te la diera Pepa); el jamón que comías aún sin dientes sin atragantarte; las primeras acedías que tu abuelo te daba con 10 meses en La Antilla; las croquetas de tu abuela que nadie iguala; sus papas con choco; las tapitas del Tiro de Línea; los arroces de tu padre que con el tiempo fueron los de los dos; los inventos de tu hermano, siempre con queso y mejor con pistachos; el corderito que no te dio ninguna pena comerte a pesar de que era tan mono algunas horas antes; las migas navideñas; el maialetto de Ferragosto; el pecorino sardo comprado en una furgoneta en La Argentiera; las sardinas de Los Pescadores en Portugal; las gambas que pelabas más deprisa que tu abuelo; los mantecaos que encuentras aunque estén escondidos... La comida que te hace feliz y con la que haces feliz a los demás. El lazo que has elegido para cuidar... Tus brazos se alargan en las fotos queriendo abrazar a quienes están contigo y más allá. Tu madre (que soy yo) sabe que no hay nadie más bueno que tú. A pesar de los miles de desencuentros. Y las sombras. Y los gritos tipo abuelo. Tu madre (que soy yo) siente que ni contigo ni sin ti... Tu madre (que soy yo) te mira y vibra de orgullo por el hombre que eres. Tu madre (que soy yo) no sabe cómo decirte sin que suene a copla que te quiere más que a su vida (especialmente desde que tienes piso propio y vuelves a casa de visita...). Y me encarga tu madre que te diga que mil veces que viviera haría lo que fuera para tener un hijo como tú. Me lo encarga tu madre, que soy yo.  
    Soy una persona orgullosa. No es algo necesariamente malo y se podría llegar a considerar una virtud, ya que mi orgullo me permite luchar por mis valores, defender lo que es mío y mirar hacia delante sin arrepentirme de las decisiones tomadas. Diría que no me arrepiento de prácticamente nada de lo que he hecho en mi vida, menos de una cosa: tratarte como lo he hecho. Tú, que en todo momento has sido mi igual, a medida que he crecido te has comido mis berrinches como si fueras mi padre, mis torpezas como si fueras mi profesora, mis desagradecimientos como si fueras mi abuela y mis borderías como si fueras mi madre; y yo solo te viese como un padre, una profesora o una madre entrometida que no paran de molestarme y que ‘no me entienden ni nunca me entenderán’. Mientras que por tu lado siempre he recibido complicidad, amor, energía, alegría y constantes aprendizajes: aprendizajes sobre lo DIVERTIDO que es conectar con tus amigos jugando; aprendizajes sobre lo PLACENTERA que realmente es la comida y la cocina si te abres a ello; aprendizajes sobre lo IMPORTANTE que es defenderse de las injusticias; aprendizajes sobre lo BELLO que es querer; aprendizajes sobre lo HUMANO que es saber QUÉ ES moralmente correcto y QUÉ NO LO ES.
    A ti, que en todo momento has sido mi igual, mi hermano, te he tratado muchas más veces de las que me gustaría como una molestia y, ahora que he crecido y ahora que no estás tanto lo noto. Odio tener que aprender de esa manera, pero a veces la vida te enseña que los clichés son inevitables y necesarios, y he tenido que chocarme con este cliché para entender del todo lo valioso que eres y para decirte que SIEMPRE te he querido, SIEMPRE te he admirado y SIEMPRE me he preocupado por ti. Siento no habértelo mostrado antes, pero espero que esta carta sea una buena oportunidad para que lo entiendas. Feliz cumpleaños.
    Querido hijo. Ya van treinta,  media docena de lustros. Ya tienes la edad de comer huevos (cuando seas mayor comerás huevos….eso se decía antes. Pues ya llegó el momento). Esta es, sin duda, una edad importante. En la Grecia clásica se decía que era la edad del “floruit”, cuando un hombre alcanza su acmé, la plenitud de su ser y sus capacidades. Ya se venía notando que tus capacidades pujaban por surgir y cautivar a los que te rodeamos y eso ha pasado.
     Cuando te sientes tranquilo fluye de ti una suerte de energía que seduce y tranquiliza. Todo en tu forma de ser y de actuar es discreto y sosegado, sin exhibicionismo. Como un verdadero sabio estoico sabes seguir con sencillez el ritmo de la naturaleza. Ya no tienes excusas; ha llegado el momento de comer huevos y por tanto se ha terminado el pueril egoísmo que tanto desluce tu imagen. Disfruta de tu madurez y haznos disfrutar a los que te rodeamos y te queremos. Un abrazo en tu día.