Ya está, ya está

A punto de cumplir 28 años mi vida parece un cacharrito de la feria al que se le ha roto el freno y da vueltas sin control; Vértigo, fatiga y la sensación de que si fijo la vista en algún lado voy a echar la merienda (que vaya ideíta la de tomarse unas tortitas con nutella antes de subirse a las tazas locas). Esto ha sido así ante cada crisis vital que he atravesado, y creo que puedo decir, sin miedo a equivocarme, que es algo por lo que hemos pasado todos. 

Mis amigos se sorprenderían al leerme escribir esto, pues la mayoría me conocen como una persona tranquila, casi inalterable, lo más parecido a una piedra a la que le han salido pulmones y ronca cuando echa la siesta... bueno, esto es gracias a que con el tiempo encontré mi método para controlar el pánico mientras espero a que algún currito metafórico le dé al freno de emergencia: escribir.

Incluso si no me falta imaginación, tengo una familia que daría para más de una cinta de Almodóvar, así que es suficiente con mirar a mi alrededor y describir lo que pasa. En otra ocasión estaré encantado de deleitaros con una ración de realismo mágico cortesía de la familia Osuna, pero hoy, al ser la primera entrada, voy a ponerme un poco más serio... voy a contaros algo de mi abuela.

Ante crisis gordas como la que estoy atravesando ahora, me gusta recordarla. Minúscula señora de rostro amable. con eterno vestido de flores y chanclas de andar por casa. Ya sabías que venía cuando escuchabas como arrastraba los pies, como si quisiera borrar el suelo. 

Mientras hacía las tareas del hogar podías escucharla decir "ya está, ya está", casi como dándose ánimos cuando la cosa se complicaba. En la cocina, intentando alcanzar las especias o los cacharros sin subirse a un taburete, "ya está, ya está", en el dormitorio doblando una pila de sábanas más grande que ella , "ya está, ya está", intentando llegar al mercado sin usar bastón, "ya está, ya está".

Puede parecer una tontería, pero con ese mantra se empujaba hacia adelante, llevada por un inabarcable amor por los suyos, humildad guerrera heredada de la posguerra y un orgullo que no se ni como cabía en una persona tan chiquitita. No le hacía mucho bien, no estaba como para abusar del poder del "ya está, ya está", pero es que no admitía apenas ayuda la muy cabezona.

Ya hace años que no puedo escuchar esas cuatro palabras de ánimo, pero se me quedaron grabadas. Cuando flaqueo, me acuerdo de ellas y los cacharritos aminoran el ritmo por un momento, lo suficiente como para tomar aliento y repetirme "ya está, ya está".


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